Se graduó en la UBA y ahora cursa un doctorado en la Universidad Gallaudet,
la única que dicta todas sus clases en lengua de señas. No es sorda,
pero aprendió el lenguaje y ahora la reconocen.
Entre
los jóvenes estudiantes más brillantes de los Estados Unidos hay una
argentina: Marina Simón (28) acaba de ser incluida en la Lista
de los Decanos, que publica la fundación Educational Communications,
a partir de informes de los decanos de unas 2.500 universidades y otras
entidades de ese país. Un libro selecto, que agrupa a menos del uno
por ciento de alumnos con mejor rendimiento académico del año.
No es el único mérito de esta entrerriana de Gualeguaychú, casada con
el argentino Gustavo Faigenbaum —un doctor en filosofía que también
desarrolla sistemas de comercio electrónico— y madre de una beba
de un mes. Egresada en 1999 como licenciada en psicología de la UBA,
cursa el doctorado en psicología clínica en la Universidad Gallaudet,
en Washington, la única en el mundo que dicta todas sus clases
en lengua de señas.
Marina Simón no tiene dificultades de audición. Comenzó a desarrollar
actividades con sordos hace varios años, en Gualeguaychú, y se convirtió
en una especialista en lengua de señas (ver Amor por
...).
"La
Universidad de Gallaudet es la meca para todos los que son sordos o
trabajan con ellos, la única universidad sin barreras comunicativas
de ningún tipo y por donde pasan las principales investigaciones y debates
en torno de la sordera —cuenta—. Hay personas sordas de
todos los continentes. Es una experiencia fuerte ser minoría (los oyentes
somos solamente el 15% del alumnado), pues todo está regido por una
lógica visual y por la lengua de señas, a la cual hay que saber adaptarse".
De todos modos, el programa de psicología clínica prevé un entrenamiento
mixto. En las prácticas, todos los alumnos tienen tanto pacientes sordos
como oyentes. Incluso hay intérpretes de la lengua de señas para que
los oyentes sean tratados por psicólogos sordos.
El ser la alumna más destacada en una universidad tan especial como
ésta no se le sube a la cabeza. "En el contexto de una sociedad individualista,
estos premios sirven para mejorar el currículum y obtener becas —admite—.
Pero en la vida real o en la Argentina, no creo que me sirvan de mucho".
No es el único galardón que ha obtenido. "Pero me cuesta tomarme en
serio estas cosas; en nuestra cultura, los premios no son muy importantes
—insiste—. Cuando me destacan, pienso que no lo logré sola,
que es gracias a un montón de gente que me ayudó en el camino y no está
invitada a la fiesta", afirma.
"A veces —agrega— pienso que el premio tendrían que mandárselo
a mi papá, que me mantuvo para que estudiara; o a los sordos, que me
enseñaron lengua de señas".
Marina
sólo tiene elogios para la Universidad de Buenos Aires: "El espíritu
de esa universidad, pública, gratuita y cogobernada, es inigualable.
A pesar de toda la infraestructura que hay acá, de los 10.000 dólares
de matrícula por semestre —que mantengo gracias a becas—,
extraño ese ambiente intelectual. Aquí, los estudiantes internacionales
nos la pasamos negociando becas y descuentos, y los americanos, pidiendo
préstamos que pagan después en 30 años".
La psicóloga marca otra diferencia importante. "La gente termina de
estudiar y tiene que pagar deudas. Entonces —agrega— nadie
quiere trabajar para el Estado, ni en ONG ni en tareas comunitarias,
porque gana poco dinero. La universidad gratuita que tenemos en la Argentina
sirve para mucho más de lo que nos parece".
Cuando termine el doctorado, dentro de unos tres años, Marina, su esposo
y la pequeña beba de ambos, Lola, volverán a la Argentina.
"Mi idea es seguir trabajando en clínica, investigación y docencia
—precisa—. En la comunidad sorda de la Argentina se están
dando cambios muy positivos, hay mucha gente que está haciendo un gran
trabajo, y espero poder sumarme a esos esfuerzos. Tuve la suerte de
que los sordos me abrieran la puerta para poder aprender su lengua,
que es bellísima, y su rica cultura. Es un mundo diferente que queda
a la vuelta de la esquina".
Amor por la lengua de señas
El primer contacto de Marina Simón con su especialidad fue en la Asociación
Sordos de Gualeguaychú. "Siempre me atrajo la lengua de señas, y luego
Raúl Giglia y Pamela Pinsolle, no oyentes, me enseñaron más —contó
a Clarín— Implementamos un proyecto de teatro de sordos que yo
coordinaba, dentro del Teatro Comunitario Tablas, y recorrí la provincia
con 20 o 30 sordos, con lo que ejercité mucho la lengua de señas".
En esa asociación, Marina trabajó como intérprete, asesora y capacitadora.
Ya en Buenos Aires fue auxiliar de investigación de María Ignacia Massone,
doctora en lingüística y especialista en lingüística de la lengua de
señas.
Entre su beba y cuatro trabajos
"Desayuno en el auto", dice. Y se entiende: además de estudiar, Marina
trabaja en cuatro lugares diferentes, a los que llega corriendo después
de atender a Lola, su beba de un mes. Es auxiliar docente en el doctorado,
en la Universidad Gallaudet, y titular de Psicología del Desarrollo,
con 100 por ciento de alumnos sordos.
Además, es intérprete de español-inglés en una escuela modelo para
sordos, destinada a familias hispanas con hijos sordos que no hablan
inglés. Y trabaja como externa en el Centro Multicultural de Servicios
Humanos, de salud mental. "Este centro emplea a cien terapeutas hablantes
de 38 idiomas diferentes. Eso también es una experiencia increíble",
cuenta.
Verónica Toller. GUALEGUAYCHU. ESPECIAL